El artista, en su función de vidente, decodifica la realidad sobrepasando los límites de la conciencia habitual al señalar caminos que se extienden más allá de la percepción cotidiana. Va más allá de las apariencias, más allá de las máscaras sociales y desentraña soterradas realidades. Eso es lo que hace Jaime Justiniani con su cámara.
Con sensibilidad y una gran capacidad para captar detalles, Justinian amplifica para nosotros la historia oculta de un grupo de trabajadores con el que tuvo contacto por espacio de dos años y medio: el personal del Club Unión
Con sensibilidad y una gran capacidad para captar detalles, Justinian amplifica para nosotros la historia oculta de un grupo de trabajadores con el que tuvo contacto por espacio de dos años y medio: el personal del Club Unión
De esta manera, documenta la existencia de un microcosmos dentro de otro, la paralela vida de quienes trabajando como tramoyistas al servicio de la puesta en escena del autocomplaciente mundo de un club social, actúan como calladas piezas del engranaje de una gigantesca máquina de entretenimiento. Pero la obra de Justiniani va mucho más allá de la documentación, el testimonio o el reportaje fotográfico. Guiado por un espíritu crítico y una sincera admiración por esos seres humanos que han trabajado durante años escalando peldaños y posiciones, dueños de un conmovedor orgullo por la faena realizada, Justiniani nos ofrece, en pleno siglo XXI, una prueba de que el antiquísimo arte del retrato no se ha perdido. En la tradición de grandes retratistas del pasado, como Velázquez o Goya, y en la buena compañía de artistas contemporáneos que han
revalorizado el género como Rineke Dijkstra o Rachelle Mozman, nos muestra algo fuerte y potente que bulle tras la suave superficie del papel fotográfico y que se aleja de los manidos retratos de los ídolos de nuestra cultura mediática o las acartonadas poses de las fotos de sociedad.
revalorizado el género como Rineke Dijkstra o Rachelle Mozman, nos muestra algo fuerte y potente que bulle tras la suave superficie del papel fotográfico y que se aleja de los manidos retratos de los ídolos de nuestra cultura mediática o las acartonadas poses de las fotos de sociedad.
Con este trabajo, Justiniani se revela como un gran retratista, con esa peculiar mezcla de voyeur y sociólogo necesaria para capturar y plasmar la esencia de los models y, trascendiendo la imagen misma, exponer ante nuestra sobrecogida sensibilidad, las íntimas ceremonias y secretos rituales del gran acto del que solamente vemos los oropeles de una elite. En la carga irónica de muchos de sus títulos se reflejan humor y emotividad, y en los
rostros, múltiples gestos, actitudes y miradas que revelan la intimidad del modelo, pasando desde el carácter exquisitamente exigente de "Hurtado, el Sommelier de Panamá", la chispa de picardía en los ojos de "Melquíades, el aprendiz", hasta mostrarnos el trance casi religioso de los oficiantes de las innumerables ceremonias del trabajo de saloneros en el díptico "El ritual". Cada fotografía propone al espectador piezas de un rompecabezas para armar una crónica que pone al descubierto uno de los muchos aspectos de la estructura piramidal de nuestra sociedad.
rostros, múltiples gestos, actitudes y miradas que revelan la intimidad del modelo, pasando desde el carácter exquisitamente exigente de "Hurtado, el Sommelier de Panamá", la chispa de picardía en los ojos de "Melquíades, el aprendiz", hasta mostrarnos el trance casi religioso de los oficiantes de las innumerables ceremonias del trabajo de saloneros en el díptico "El ritual". Cada fotografía propone al espectador piezas de un rompecabezas para armar una crónica que pone al descubierto uno de los muchos aspectos de la estructura piramidal de nuestra sociedad.
Para sus socios, el Club Unión aspira a ser su "segunda casa". Sin proponérselo, también es la segunda casa de sus empleados.
Gladys Turner B.
Panamá, noviembre de 2008.
Panamá, noviembre de 2008.